miércoles, 24 de junio de 2015

Vías de tren

Últimamente estás presente en todas mis noches, cuando hace tanto que estás ausente. No puedo recordar en qué momento exacto pero una noche acudiste a mí en sueños. Después de eso, ausencia, una que se prolongó por meses. Y de repente hace unos días, intentando acabar con el aburrimiento viendo fotos antiguas, ahí estabas. Y así la espiral comenzó de nuevo. Todos los recuerdos volvieron. Recordé, recordé aquello que pensaba que no volvería a ver jamás. Añoré aquellos tiempos, aquellos tiempos en los que compartíamos mañanas, tardes, noches, veranos, inviernos, años. Aquellos tiempos en los que cualquier nimiedad nos hacía felices, cuando la felicidad se reducía a una tarde jugando con el agua.

Es curioso lo rápido que pasa el tiempo y nosotros ni nos damos cuenta. Te fuiste, pero no sin darme una última lección. Aprendí a buscar el lado bueno de las cosas, a tomarme la vida con humor, con ese humor tan característico que tenías. Aprendí que hay que disfrutar cada momento, vivir el día a día, recordarle a las personas que tenemos a nuestro alrededor que estamos ahí. Aprendí a decir te quiero más a menudo, nunca se sabe cuándo será el último. Aprendí que para morir, es necesario haber vivido. Aprendí que la vida no podía ser ese espacio temporal entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Aprendí que la vida te da oportunidades, que no hay que desaprovecharlas. En la vida, andamos como por las vías de un tren, sin rumbo, pero entonces aparece algo, o alguien, que nos muestra el camino. Una vibración, un traqueteo, y sientes como a lo lejos se acerca un tren. Esa es tu oportunidad, cógela, salta, lánzate. Quizás ese sea el último tren. No sé en qué momento pasó mi tren, sólo sé que me subí. Ese tren me llevó a la siguiente estación y ahora espero ansiosa al siguiente, a ver qué me depara. Mientras tanto, disfrutaré del viaje y de todos aquellos que decidan acompañarme.

"La muerte sólo es triste para aquellos que no se han atrevido a vivir"
El mejor lugar del mundo es aquí mismo, Care Santos

sábado, 17 de enero de 2015

#campañaparasalvaruntequiero


Te quiero, estas dos palabras tienen un fuerte significado. Pero a diario las vemos escritas, muchas veces incluso las utilizamos sin venir a caso. Yo abogo por reservarla para casos especiales. Reservarla para aquella persona que realmente ocupa tu corazón.


Resérvala para tu familia, para tu madre, para tu padre, tus hermanos, tus abuelos, tus tíos. 


Resérvala para tus amigos. Pero no amigos cualquiera, eso es trampa. Es para aquellos amigos que siempre están ahí, aquellos que están en las duras y en las maduras, los que no fallan. 

Por favor, no hagamos que un sentimiento tan bonito y profundo pierda su ser en la monotonía. Hoy en día, nos hartamos de ver parejas que apenas han comenzado su andadura en la relación y ya predican su amor a los cuatro vientos: por Facebook, por Twitter, por cualquier red social, y no paran de decirse ‘te quiero’. Yo veo muy bien que prediques tu amor, que des envidia a los solteros del mundo, incluso. Pero si por norma decimos ‘te quiero’ a los dos días de empezar una relación, el día que realmente sintamos algo, ¿qué pensamos decirle a nuestra pareja? 


#campañaparasalvaruntequiero

domingo, 30 de noviembre de 2014

Iluso regreso al jardín de infancia

Me siento. Mi mente está demasiado confusa y saturada tratando de poner en orden mis pensamientos. Demasiadas emociones para tan poco tiempo. En las últimas semanas muchas cosas han cambiado. No sólo en mí, también en mi entorno. Mi madre y mi padre ya no se miran igual. Mi perro no se comporta de la misma manera. Es lo que en lingüística se conoce como pertinentización, la actividad de decidir qué hechos o aspectos son pertinentes y cuáles no. En este caso, cuando crecemos dicho proceso tiene lugar. Maduramos. De repente empezamos a darnos cuenta de que algunas personas abandonan este mundo y ya no regresan jamás. De niños nos decían, en cambio, que nuestro abuelo, por ejemplo, se había tenido que marchar de viaje y que tardaría mucho tiempo en regresar, pero allá dónde estuviera, él nos seguía amando y cuidaba de nosotros. Cuando creces, eso cambia. Ya no hay viajes, sino cajas y recuerdos amargos. La ignorancia de un niño, su inocencia es lo que muchas veces necesitamos los adultos. Necesitamos algo que nos ayude a escapar de la realidad, a evadirnos, algo que nos diga que todavía hay esperanza, que no todo está perdido.

Inocentes nosotros por creer que esto es posible. La verdad es que no podemos volver al jardín de infancia. La infancia es una etapa más de nuestras vidas y, como toda etapa, tiene un principio y un fin. Pero el fin de una etapa marca el inicio de la siguiente. Cada sucesión implica pérdidas y ganancias. Muchas veces pienso que  sólo perdemos cosas buenas y no hacemos más que ganar cosas malas. Pero en esos momentos me acuerdo de ti, de tus ojos y pienso: gracias a Dios que dejé mi infancia atrás, pues sin ello jamás habría podido conocer a la persona que alumbra mis días. Tu ausencia me ciega y ensordece. Cuando no estás a mi lado no veo en el mundo más que vacíos como los que dejan las personas que se han ido de viaje tan lejos que no regresarán jamás.

En los días más oscuros, como éste, en los que todo mi pensamiento se vuelve triste, tu recuerdo me ilumina y me ayuda a seguir adelante. Desde allá dondequiera que te encuentres, sigues animándome. De alguna manera siento como me mandas tus energías, aquellas antaño inagotables. La distancia no hace el olvido, lo hacen las personas, y mientras que uno de nosotros recuerde, nuestra historia seguirá viva. 
Escribiré nuestra historia en el mundo, para asegurarme de que, cuando nuestros cuerpos yazcan criando malvas, el mundo entero nos recuerde. Y así, nuestro amor será eterno, tal y como un día nos prometimos. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

De la evolución del amor y su inmortalidad.

Lo nuestro empezó como todas las cosas buenas, sin darnos cuenta de que realmente están pasando, poco a poco, tal y como empieza a brotar el tallo de esos garbanzos que plantábamos entre algodones en el colegio. Crecía día a día, empezamos siendo dos desconocidos que no se soportaban el uno al otro, después te llegué a conocer mejor que a mí misma, y ahora, si te he visto, no me acuerdo. He de confesar que a simple vista, y si una no hubiese prestado atención a lo que se escondía debajo de esa apariencia de prepotencia, quizás me hubiera perdido la que sin duda sería la mayor aventura de mi vida. 
Un día conoces a alguien en el trabajo y descubres que no lo soportas, pero lo que empezó con un sentimiento de odio, al cabo de unos días se torna en interés. Interés por conocer más, conocer al desconocido. Te empiezas a preguntar por su historia, todos cargamos con nuestro propio bagaje, bultos emocionales que cargar a nuestras espaldas. Y tú te preguntas que es lo que hace a esa persona parecer siempre preocupada, con la cabeza en otro lugar, sientes curiosidad por saber lo que se esconde tras esa prepotencia. Un encuentro casual en la fotocopiadora. El escenario perfecto para iniciar la investigación, de manual de guión americano. Ahí estás tú, dispuesta a saber qué ocurrirá dentro de la cabeza de ese hombre moreno que desde que viste aparecer ha despertado tan dispares sentimientos en tu interior. Por un lado, algo en él te resulta odioso, pero al mismo tiempo, posee una dosis de misterio muy atractiva. Mientras esperas a que acabe, comienzas a hablar sobre el primer tema banal que cruza tu mente. Se sucede un silencio incómodo, brevísimo, que deja paso a una conversación fluida, y por supuesto, a las carcajadas. 
Y así, tras encuentros casuales aquí y allá, sueños húmedos, una cita conseguida tras un acto de valor, noches en las que sólo la luna y las estrellas eran testigos de la lujuria, el amor y la pasión, se sucedieron los desengaños, las peleas, la desilusión. Entre el amor y el odio hay un paso, y nosotros lo cruzamos, más de una vez, y en ambos sentidos. Con el tiempo, descubrimos que en el fondo nos parecíamos, había algo que ambos teníamos muy grande. No hablo del corazón ni de los ojos, ni otras partes de la anatomía, era el orgullo. Nuestros orgullos competían, y esta vez, habían ganado ellos. 
Se acabaron las noches en vela contemplando tu tranquilo descanso, se acabó despertarme y recoger tu ropa del suelo. Se acabaron los desayunos en la cama, ahora el café es más amargo todavía. Adiós a los buenos días a tu lado y las buenas noches pensando en ti, todas ellas son ahora amargas en tu ausencia. Curioso, pasamos de desconocidos a saberlo todo de la otra persona. De no querer vernos a desear pasar las veinticuatro horas del día juntos. De pensar en nosotros mismos a poner delante de nuestras necesidades las de la otra persona. El amor, locura transitoria. Ahora vemos en el otro lo que veíamos al principio, un desconocido. Pero un desconocido al que llegamos a amar desde lo más profundo del corazón. Vemos a un alma que antaño fue gemela, que parecía que había sido puesta en el mundo solamente para que nosotros la halláramos.
Ahora él tiene a otra, y tú, esperas. Esperas a que la vida, el amor, te dé otra oportunidad, pero que esta vez sea más real. Con sus más y sus menos, sus alegrías y sus tristezas, sus risas y lágrimas, pero sin final. El verdadero amor es eterno. Puede que acabe su etapa terrenal, pero si dos personas realmente se amaron, allá, sea lo que sea lo que espera después, su historia continuará.

lunes, 14 de julio de 2014

El camino sigue

Estoy a un paso del final. Abro los ojos. Respiro hondo. Cierro los ojos. Intento dejar la mente en blanco, pero no puedo. Mil cosas se me pasan por la cabeza. La vida son momentos, son instantes, son segundos, y todos ellos se reducen a esto. Antes de que me dé cuenta, todo estará dicho. Mi futuro decidido. Caminar o no caminar, seguir o abandonar, saltar o no saltar. Arriesgarme, saltar al vacío, sin saber que me espera en el fondo. Puede que no haya nada, solamente oscuridad, oscuridad antes del fin máximo. Pero también puede ser que en el fondo encuentre algo más grande que todo lo vivido hasta el momento, algo tan grande que haga que todo lo vivido, malo y bueno, absolutamente todo, valga la pena. 
Entonces abro los ojos.
Da igual si gano o pierdo, si sigo o abandono, si salto o no salto. El futuro es el futuro, hay que descubrirlo paso a paso, error a error, caída tras caída, pero después de cada caída hay que levantarse. Algún día, dentro de muchos años, o quizás no tantos, haré balance, y me daré cuenta de que lo importante es el camino recorrido, el porvenir ya se verá, pero yo prefiero disfrutar de las rosas del camino a permitir que las espinas me arruinen el viaje. Disfrutar de cada momento, instante y segundo, porque al fin y al cabo, tanto los errores como los aciertos, me han hecho ser como soy.


viernes, 11 de julio de 2014

Las cartas de mi vida


Me desperté con la cara aplastada contra el libro. Una vez más, me había quedado dormida mientras leía. Últimamente me pasaba mucho, no lograba conciliar el sueño y me ponía a leer cualquier libro que encontraba en la casa. Las pocas noches que lograba conciliar el sueño nada más tumbarme en la cama, me despertaba varias veces a lo largo de la noche, y siempre tenía el mismo sueño: yo paseaba por la calle, una noche de tormenta; y un joven caminaba tras de mí, pero empezaba a aligerar el paso y yo tenía miedo. De pronto me volvía y lo veía, veía su rostro, a pocos centímetros del mío, sus penetrantes ojos azules mirando fijamente mis ojos, y siempre abría su boca de marfil para decir “al fin te encuentro”, como un susurro. Y en ese momento me despertaba, sobresaltada, como si alguien me estuviera observando dormir. Debería dejar de sacar libros de la sección de ciencia – ficción de la biblioteca, nunca aprendo. Escucho a mi padre llamar a la puerta. 

    - Buenos días, cariño. ¿Puedo pasar?
   - Adelante, jefe – siempre lo había llamado así, desde pequeña. No es que no me guste su nombre, Byron no está mal, pero me gustaba llamarlo jefe.
   - ¿Otra vez te quedaste leyendo hasta tarde? - dijo todo serio el señor Byron - ¿cómo tengo que decirte las cosas? - intentaba ponerse serio, pero no le funcionaba, esa sonrisa de medio lado lo traicionaba. 

    Y no podía reprocharme nada, él también lo hacía. Siempre lo escuchaba andar de un lado a otro de la casa por las noches. Desde que mamá nos había abandonado él tampoco encontraba el sueño por la noche, y se encerraba en el despacho de mamá, él cree que no lo sé. Decía que cuando estaba allí, era como volver a estar con ella. Su perfume seguía presente en la estancia, sus libros favoritos, desgastados de tantas veces que los había leído, seguían en los estantes, de vez en cuando abría alguno y recordaba el brillo de sus ojos cuando llegaba al final, la ilusión que le hacía volver a leer el libro, deseando que el final fuese distinto, pero nunca cambiaba.
   -  Ya conocías a mamá, podía pasarse noches y noches leyendo, está claro que lo he heredado de ella.
   - La verdad es que no podríais ser más parecidas – mientras decía esto se le iluminaba la mirada, nostálgico. Volvía a mirarme a los ojos – Me recuerdas tanto a ella, tienes los mismos ojos color avellana.
   - La echo mucho de menos. Y más ahora que se acerca su cumpleaños – el jefe me mira con los ojos vidriosos.
   - Lo sé, cariño. No pasa ni un día que no me acuerde de ella – me da un beso en la sien – pero ella querría que fuésemos felices, y que no estemos tristes. Estos últimos meses han sido difíciles, pero allá dónde esté, cuida de nosotros – me da un abrazo fuerte y sale por la puerta – date una ducha y baja a desayunar, te he hecho tortitas. Y si quieres te llevo a clase. Después de desayunar, el jefe me acercó al instituto. Una vez allí me esperaba otra eterna mañana. Con suerte, Aura habría preparado otro de sus planes maestros, esos que “nunca” fallaban, para intentar evitar a Don José María, y su entretenida clase de aritmética. Odio las matemáticas, nunca me han gustado, es otra de esas cosas que he heredado de mi madre, mi amor por la literatura, el arte... Los genes científicos de Byron no habían permanecido en mi ADN. Hecho de menos mis charlas literarias con ella, nos gustaba tomar un té con un trozo de tarta de queso todas las tardes, mientras comentábamos los best – sellers del momento, o debatíamos la importancia de El Bosco en la pintura posterior. Eran esos momentos en los que el jefe se quedaba pasmado ante la emoción con la que hablábamos y el brillo en nuestras miradas. Al mismo tiempo que se preguntaba porque no podríamos él  y yo debatir el efecto de la inclinación con que la luz del sol actúa sobre una determinada planta.
Mientras ando por el pasillo, deseando llegar a clase y poner la cabeza sobre los brazos en la mesa, alguien me toca el hombro por detrás y dice en un susurro casi imperceptible:
   - Buenos días, princesa – me giro sobresaltada, mientras un grito sale de mi garganta, ¿y a quién veo? A Nora, dándome los buenos días como sólo ella sabe.
   - Uff, menos mal que eres tú – digo en un suspiro – si no fuese porque hace menos de una hora que me he despertado, podrías haberte llevado una gran torta en esa preciosa carita que Dios te ha dado. 

Nuestra amistad era algo peculiar. Ella era la primera persona que conocí cuando me mudé aquí desde Hastings, en la costa sur de Inglaterra. Renunciar a la playa había sido difícil, pero esa chica rubia había conseguido que poco a poco empezara a ver el encanto de los bosques gallegos. Después de cuatro años de amistad, ya no había ningún secreto entre nosotras. Teníamos nuestras diferencias, a mi me gustaba más la música indie, y ella prefería la alternativa; a mi me encantaba Edgar Allan Poe, pero ella prefería a Washington Irving. Dicen que los opuestos se atraen, desde luego que ella y yo éramos el ejemplo perfecto. Nora ríe mientras caminamos por el pasillo, rumbo a la puerta trasera. Como era de esperar, hoy Don Jose María no contaría con nuestra presencia en aritmética, como ya era tradición todos los jueves. Cuando salimos al nublado día, sugiero una visita al bosque que hay tras nuestro instituto, no es gran cosa, pero hay un claro perfecto para estudiar antes de un examen o simplemente descansar de la clase de latín. Mientras nos adentrábamos en el bosque, no paraba de mirar hacia atrás, tenía la sensación de que algo o alguien caminaba detrás nuestro, aunque Luna se empeñaba en acabar con el silencio relatándome su última pelea con su irritante hermano pequeño. Ya en el claro, tiramos los abrigos al suelo y los colocamos a modo de almohada mientras nos tumbamos. Decido contarle los sueños que había tenido en las últimas semanas, y Nora no puede contener la risa. Esperaba algo más de comprensión por su parte, porque ya eran demasiados días y aquel chico siempre volvía. Que eran imaginaciones mías, y que debería dejar de leer esas novelas pastelosas sobre vampiros adolescentes en institutos, su argumento era el que sigue “No es por nada, pero a mí que un paliducho de mirada inquietante me chupe la sangre, no me atrae nada. Estos americanos no saben ya ni que inventar”. Sí, esa era mi mejor amiga, la reina del escepticismo, algo nada común por estas tierras, y más con su familia, que creía mucho en las leyendas gallegas, y en la existencia de criaturas misteriosas en los bosques. Pero en el fondo llevaba razón, esta noche cambiaré de libro, igual debería preguntarle a Nora cuál me recomienda. Al rato, entre cotilleo y cotilleo, travesuras de infancia y demás, oímos ruidos en el bosque, y esta vez ella también los percibe, nos incorporamos apresuradamente, y ahí esta, entre el verdor de los árboles un perro sale. Conforme se asoma al claro, nos damos cuenta de que ese animal lo único que tiene en común con un perro es el canis lupus, porque eso era un lobo, con sus dientes y sus garras. Nos miramos aterradas, esta podría ser nuestra última visita al claro. Conforme se acerca, Nora me da la mano, si hicierámos un poco más de fuerza, nos quedaríamos sin ella. Pero en cuestión de segundos, por el margen izquierdo del claro una sombra negra cruza el claro a toda velocidad, y el lobo sale corriendo, despavorido, como alma que lleva el diablo. Irónico, cuando ese bicho parecía ser el mismo diablo, o al menos en ese momento lo era para nosotras. No nos hace falta preguntar a la otra, conforme el lobo huye nos levantamos corriendo, recogemos nuestras cosas y nos marchamos corriendo del claro y del bosque, deseando y rezando a todo el santoral que por favor no vuelva. Una vez fuera del bosque, nos prometemos que a partir de ahora, todos los miércoles a primera estaremos puntualmente en la clase de aritmética.

   - Aria, ¿qué diablos era eso? - me pregunta abriendo los ojos.
   - No tengo ni idea – dijo perpleja – quizás una moira o algo, pero sea lo que sea, le debemos la vida.
   - Eso ni lo dudes – se acerca más a mí, y dice casi en un susurro – ni una palabra de esto a nadie, sólo nos faltaba que llegase un parte a nuestra casa. Ya sabes como es mi madre, y mi abuela ni te cuento, no te gustaría tener a dos amas de casa gallegas hablándote de los espíritus del bosque. Le darían a tus sueños otro aire, sin duda.
Nos despedimos mientras que ella pone rumbo a su clase de música y yo me voy a literatura, la mejor clase del día. A lo largo de la mañana no paro de pensar en el claro, el espíritu. Fuera lo que fuera, cuando pasó por el claro y se llevó al lobo, no sólo se llevó a la bestia, dejo el aire impregnado de tranquilidad, serenidad, como si nada hubiera pasado. Cuando suena el timbre de la última hora, Nora y yo decidimos llamar a su madre para que nos recoja, no por la fuerte lluvia, que también, pero sobre todo para evitar ataques sorpresa, y de paso hacer un trabajo atrasado de Historia Contemporánea. Durante el trayecto tanto Nora como yo permanecemos calladas, ante la sorpresa de su madre, acostumbrada a no escuchar ni un atisbo de silencio cuando Nora y yo estábamos juntas.
Ya en casa, la madre de Nora nos prepara una taza de té y nos sirve un  trozo de su riquísimo bizcocho de chocolate. Siempre decía que la receta se iría a la tumba con ella, pero tanto Nora como yo deseábamos hacernos con esa receta. A lo largo de la tarde, ni ella ni yo mencionamos el incidente del bosque, nos centramos en el trabajo, acompañadas por el sonido de la lluvia. Sin darnos cuenta, la noche se nos echa encima. Y yo decido que es hora de ir a casa. Nora insiste en que espere a que su madre llegue de la tienda, pero un paseo no me vendría nada mal, para despejar la mente. De cualquier modo, ella no se muestra convencido y hasta que le prometo no acercarme al bosque no me deja marchar.
Cuando llovía, las calles de Monfero, generalmente mal iluminadas, adquirían un tono aún más tétrico. Pronto dejo de lado el antiguo  monasterio, y llego al laberinto de calles. Caminando por esta oscura calle, con la única luz de alguna que otra farola dispersa, con ese olor a lluvia que queda tras varias horas diluviando, una luna llena que se vislumbra entre las nubes, y unos pasos lejanos que cada vez se acercan más, empiezo a preocuparme. Me giro disimuladamente para ver si alguien se acerca, no me equivoco. Es alto, pelo corto, pero no puedo ver nada más por la escasa iluminación. Empiezo a aligerar el paso. Vuelvo la esquina más cercana, y pego mi espalda a la pared. Tomo aire y lo suelto apresuradamente. Asomo la cabeza un poco por la esquina...sigue caminando, está pasando justo por debajo de una farola, ahora puedo verle mejor. Lleva unas vaqueros ajustados, y una chaqueta de cuero, la piel blanca. Veo algo familiar en él, pero el miedo puede con mis deseos internos. Vuelvo a mi sitio, tomo aire y sigo caminando. Este laberinto de calles no termina nunca, y el tipo misterioso sigue detrás mío. Tras varios minutos llego a casa, pero no encuentro las malditas llaves, no podría ser en otro momento, no, tiene que ser justamente hoy, hoy que me he levantado paranoica, hoy que me persigue un chico misterioso. Tras unos segundos de búsqueda desesperada las encuentro, sólo necesito encajarlas en la cerradura, otro dilema. Giro la cabeza, cada vez está más cerca, está a escasos metros de mí. Por fin consigo abrir la puerta, entro apresurada, y me giro para cerrar pero algo se interpone entre el marco de la puerta y la propia puerta, la empujo con todas mis fuerzas mientras pienso en que no hay nadie en casa, estoy sola, mis padres habían salido de viaje e iban a estar varios días fuera, genial, no puedo ser más oportuna. Tras un forcejeo con el chico de la puerta, mis fuerzas me fallaron y caí hacia atrás empujada por la puerta. Fui arrastrándome por el suelo de espaldas mientras aquella figura que me había perseguido cerraba la puerta tras de sí y se acercaba a mí. Se iba acercando a mí, yo cada vez tenía más miedo, notaba como gotas de sudor frío corrían por mi frente, estaba empezando a temblar, aquella figura se estaba acercando a mí, cada vez más. Ahora su cara estaba a pocos centímetros de la mía, podía ver sus facciones perfiladas, perfectas, y unos ojos color carmesí muy brillantes, y dijo “Por fin te encuentro, Aria, llevo semanas buscándote ...”. Mi mente se encuentra en un frenesí. Era él. Él chico de mis sueños, de mis pesadillas, ese que me visitaba cada noche.
   - ¿Quién...eres? - digo con la voz entrecortada - ¿Y...cómo es que conoces mi nombre?
   - Vaya, vaya... - dice con aire de superioridad – yo esperaba un “gracias por salvarme la vida” pero quizás era demasiado.
    En sus labios se dibuja una sonrisa de medio lado.
   - ¿Eras tú? ¿Tú has espantado al lobo? - digo sorprendida.
    Él asiente con la cabeza. Pero entonces me paro pensar. Un momento, éste es el chico que he estado viendo. El chico en el que me despertaba pensando, y ahora aquí está, delante de mí. Mis sentidos se quedan embotados.
   - Sé que esto sonará raro, pero ¿nos conocemos?
   - No sé, dímelo tú. Me llamó Xes, ¿mi nombre te dice algo? – dice en un tono misterioso.
   - Desde hace unas semanas tú, o tu gemelo, aparecéis en mis sueños.
  - Quizás allá una razón para ello. - hace una breve pausa – Hace unos meses recibí una carta, la firmaba una mujer, Xiomara, en la car...
    Lo interrumpo.
   - Un momento, ¿has dicho Xiomara? ¿Cuánto hace que recibiste esa carta?
   - Unos ocho meses, ¿por qué?
   - Mi madre se llamaba así, y hace siete meses que nos dejó. ¿Qué decía la carta?
   - En la carta, esta mujer, bueno, tu madre. Me hablaba de una antigua relación, que había tenido hace años. Antes de conocer a tu padre, y me explicaba que yo era fruto de ella. Me pedía perdón, porque había esperado demasiado para contármelo. Por aquella época, ella había recibido una beca para estudiar en el extranjero, y su padre la convenció para darme en adopción. Pero ella nunca se olvidó de mí, nunca. He recibido regalos y cartas, anónimos, desde que era pequeño. Pero hace ocho meses, por mi vigésimo cumpleaños, la carta llegó firmada. Me decía que estaba enferma, y no quería irse sin confesarme la verdad. Que si ella me había dado en adopción no fue por deseo propio, la obligaron. Pero lo importante de la carta era que me revelaba que yo no estaba sólo en el mundo, tenía una hermana. Me habló de Monfero, y cuando me enteré de su muerte, decidí reencontrarme con mis raíces, y aquí estoy. - Hace una pausa, y me mira – sé que esto es mucha información, pero debes creerme, tengo las cartas. Tú misma puedes verlas.
   - Yo...no puedo creerlo – digo entrecortada, me cuesta pronunciar las palabras.
   - Llevó buscándote mucho tiempo, llegué a Monfero hace unas semanas, sin más pistas que el pueblo, y su nombre. Pronto averigüé que ella vivía aquí. Y ahora, tras muchos años sólo en el mundo, al fin te encuentro.
 
No podía creerlo, en verdad, sus ojos eran los de mi madre, iguales que los míos. Tenía un hermano. Y todas estas semanas, los sueños... alguien me estaba mandando las señales, sólo que yo no sabía leerlas. Tuve miedo, ante lo que debería ser felicidad. De repente se abre la puerta de entrada. El jefe, Byron, entra, perplejo al verme acompañada de un chico.
   - Aria, ¿qué está pasando aquí?

2º Premio Concurso Literario 

jueves, 10 de julio de 2014

Presente

Muchas veces me pregunto por el destino, por el futuro. 
El destino, por qué estamos aquí, cómo llegamos aquí. Uno de los grandes interrogantes de la humanidad. Esa misma humanidad es la que nos incita: la crisis habrá acabado para 2015, para 2030 no sé qué... Y tú entonces te preguntas ¿qué será de mí para entonces? ¿Habré acabado la carrera? ¿Tendré trabajo? ¿Marido? ¿Hijos? ¿Gatos? 
Ante esta oleada de preguntas, yo opto por sentarme y esperar. No es que yo crea en el destino, soy más de las que creen que las cosas pasan por una razón. Y esa razón somos nosotros, nosotros creamos nuestro futuro, pero no somos conscientes de ello cuando lo hacemos. Día a día, con nuestras decisiones, nuestros aciertos, nuestros errores, nuestras caídas...  
No sabemos qué será de nosotros dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años, pero preguntarnos ahora por ello sería, cuanto menos, ridículo. El futuro es el futuro, y llegará cuando tenga que llegar. Siéntate, disfruta el momento, pregúntate por el presente, por TU presente. Nunca te niegues nada que te pida el corazón, pues te arrepentirás de todo aquello que hayas callado, dejado de hacer. Vive de manera que cuando llegues al final del camino, vuelvas la vista y digas: repetiría todo lo vivido, no me arrepiento de nada.