lunes, 3 de noviembre de 2014

De la evolución del amor y su inmortalidad.

Lo nuestro empezó como todas las cosas buenas, sin darnos cuenta de que realmente están pasando, poco a poco, tal y como empieza a brotar el tallo de esos garbanzos que plantábamos entre algodones en el colegio. Crecía día a día, empezamos siendo dos desconocidos que no se soportaban el uno al otro, después te llegué a conocer mejor que a mí misma, y ahora, si te he visto, no me acuerdo. He de confesar que a simple vista, y si una no hubiese prestado atención a lo que se escondía debajo de esa apariencia de prepotencia, quizás me hubiera perdido la que sin duda sería la mayor aventura de mi vida. 
Un día conoces a alguien en el trabajo y descubres que no lo soportas, pero lo que empezó con un sentimiento de odio, al cabo de unos días se torna en interés. Interés por conocer más, conocer al desconocido. Te empiezas a preguntar por su historia, todos cargamos con nuestro propio bagaje, bultos emocionales que cargar a nuestras espaldas. Y tú te preguntas que es lo que hace a esa persona parecer siempre preocupada, con la cabeza en otro lugar, sientes curiosidad por saber lo que se esconde tras esa prepotencia. Un encuentro casual en la fotocopiadora. El escenario perfecto para iniciar la investigación, de manual de guión americano. Ahí estás tú, dispuesta a saber qué ocurrirá dentro de la cabeza de ese hombre moreno que desde que viste aparecer ha despertado tan dispares sentimientos en tu interior. Por un lado, algo en él te resulta odioso, pero al mismo tiempo, posee una dosis de misterio muy atractiva. Mientras esperas a que acabe, comienzas a hablar sobre el primer tema banal que cruza tu mente. Se sucede un silencio incómodo, brevísimo, que deja paso a una conversación fluida, y por supuesto, a las carcajadas. 
Y así, tras encuentros casuales aquí y allá, sueños húmedos, una cita conseguida tras un acto de valor, noches en las que sólo la luna y las estrellas eran testigos de la lujuria, el amor y la pasión, se sucedieron los desengaños, las peleas, la desilusión. Entre el amor y el odio hay un paso, y nosotros lo cruzamos, más de una vez, y en ambos sentidos. Con el tiempo, descubrimos que en el fondo nos parecíamos, había algo que ambos teníamos muy grande. No hablo del corazón ni de los ojos, ni otras partes de la anatomía, era el orgullo. Nuestros orgullos competían, y esta vez, habían ganado ellos. 
Se acabaron las noches en vela contemplando tu tranquilo descanso, se acabó despertarme y recoger tu ropa del suelo. Se acabaron los desayunos en la cama, ahora el café es más amargo todavía. Adiós a los buenos días a tu lado y las buenas noches pensando en ti, todas ellas son ahora amargas en tu ausencia. Curioso, pasamos de desconocidos a saberlo todo de la otra persona. De no querer vernos a desear pasar las veinticuatro horas del día juntos. De pensar en nosotros mismos a poner delante de nuestras necesidades las de la otra persona. El amor, locura transitoria. Ahora vemos en el otro lo que veíamos al principio, un desconocido. Pero un desconocido al que llegamos a amar desde lo más profundo del corazón. Vemos a un alma que antaño fue gemela, que parecía que había sido puesta en el mundo solamente para que nosotros la halláramos.
Ahora él tiene a otra, y tú, esperas. Esperas a que la vida, el amor, te dé otra oportunidad, pero que esta vez sea más real. Con sus más y sus menos, sus alegrías y sus tristezas, sus risas y lágrimas, pero sin final. El verdadero amor es eterno. Puede que acabe su etapa terrenal, pero si dos personas realmente se amaron, allá, sea lo que sea lo que espera después, su historia continuará.

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