lunes, 14 de julio de 2014

El camino sigue

Estoy a un paso del final. Abro los ojos. Respiro hondo. Cierro los ojos. Intento dejar la mente en blanco, pero no puedo. Mil cosas se me pasan por la cabeza. La vida son momentos, son instantes, son segundos, y todos ellos se reducen a esto. Antes de que me dé cuenta, todo estará dicho. Mi futuro decidido. Caminar o no caminar, seguir o abandonar, saltar o no saltar. Arriesgarme, saltar al vacío, sin saber que me espera en el fondo. Puede que no haya nada, solamente oscuridad, oscuridad antes del fin máximo. Pero también puede ser que en el fondo encuentre algo más grande que todo lo vivido hasta el momento, algo tan grande que haga que todo lo vivido, malo y bueno, absolutamente todo, valga la pena. 
Entonces abro los ojos.
Da igual si gano o pierdo, si sigo o abandono, si salto o no salto. El futuro es el futuro, hay que descubrirlo paso a paso, error a error, caída tras caída, pero después de cada caída hay que levantarse. Algún día, dentro de muchos años, o quizás no tantos, haré balance, y me daré cuenta de que lo importante es el camino recorrido, el porvenir ya se verá, pero yo prefiero disfrutar de las rosas del camino a permitir que las espinas me arruinen el viaje. Disfrutar de cada momento, instante y segundo, porque al fin y al cabo, tanto los errores como los aciertos, me han hecho ser como soy.


viernes, 11 de julio de 2014

Las cartas de mi vida


Me desperté con la cara aplastada contra el libro. Una vez más, me había quedado dormida mientras leía. Últimamente me pasaba mucho, no lograba conciliar el sueño y me ponía a leer cualquier libro que encontraba en la casa. Las pocas noches que lograba conciliar el sueño nada más tumbarme en la cama, me despertaba varias veces a lo largo de la noche, y siempre tenía el mismo sueño: yo paseaba por la calle, una noche de tormenta; y un joven caminaba tras de mí, pero empezaba a aligerar el paso y yo tenía miedo. De pronto me volvía y lo veía, veía su rostro, a pocos centímetros del mío, sus penetrantes ojos azules mirando fijamente mis ojos, y siempre abría su boca de marfil para decir “al fin te encuentro”, como un susurro. Y en ese momento me despertaba, sobresaltada, como si alguien me estuviera observando dormir. Debería dejar de sacar libros de la sección de ciencia – ficción de la biblioteca, nunca aprendo. Escucho a mi padre llamar a la puerta. 

    - Buenos días, cariño. ¿Puedo pasar?
   - Adelante, jefe – siempre lo había llamado así, desde pequeña. No es que no me guste su nombre, Byron no está mal, pero me gustaba llamarlo jefe.
   - ¿Otra vez te quedaste leyendo hasta tarde? - dijo todo serio el señor Byron - ¿cómo tengo que decirte las cosas? - intentaba ponerse serio, pero no le funcionaba, esa sonrisa de medio lado lo traicionaba. 

    Y no podía reprocharme nada, él también lo hacía. Siempre lo escuchaba andar de un lado a otro de la casa por las noches. Desde que mamá nos había abandonado él tampoco encontraba el sueño por la noche, y se encerraba en el despacho de mamá, él cree que no lo sé. Decía que cuando estaba allí, era como volver a estar con ella. Su perfume seguía presente en la estancia, sus libros favoritos, desgastados de tantas veces que los había leído, seguían en los estantes, de vez en cuando abría alguno y recordaba el brillo de sus ojos cuando llegaba al final, la ilusión que le hacía volver a leer el libro, deseando que el final fuese distinto, pero nunca cambiaba.
   -  Ya conocías a mamá, podía pasarse noches y noches leyendo, está claro que lo he heredado de ella.
   - La verdad es que no podríais ser más parecidas – mientras decía esto se le iluminaba la mirada, nostálgico. Volvía a mirarme a los ojos – Me recuerdas tanto a ella, tienes los mismos ojos color avellana.
   - La echo mucho de menos. Y más ahora que se acerca su cumpleaños – el jefe me mira con los ojos vidriosos.
   - Lo sé, cariño. No pasa ni un día que no me acuerde de ella – me da un beso en la sien – pero ella querría que fuésemos felices, y que no estemos tristes. Estos últimos meses han sido difíciles, pero allá dónde esté, cuida de nosotros – me da un abrazo fuerte y sale por la puerta – date una ducha y baja a desayunar, te he hecho tortitas. Y si quieres te llevo a clase. Después de desayunar, el jefe me acercó al instituto. Una vez allí me esperaba otra eterna mañana. Con suerte, Aura habría preparado otro de sus planes maestros, esos que “nunca” fallaban, para intentar evitar a Don José María, y su entretenida clase de aritmética. Odio las matemáticas, nunca me han gustado, es otra de esas cosas que he heredado de mi madre, mi amor por la literatura, el arte... Los genes científicos de Byron no habían permanecido en mi ADN. Hecho de menos mis charlas literarias con ella, nos gustaba tomar un té con un trozo de tarta de queso todas las tardes, mientras comentábamos los best – sellers del momento, o debatíamos la importancia de El Bosco en la pintura posterior. Eran esos momentos en los que el jefe se quedaba pasmado ante la emoción con la que hablábamos y el brillo en nuestras miradas. Al mismo tiempo que se preguntaba porque no podríamos él  y yo debatir el efecto de la inclinación con que la luz del sol actúa sobre una determinada planta.
Mientras ando por el pasillo, deseando llegar a clase y poner la cabeza sobre los brazos en la mesa, alguien me toca el hombro por detrás y dice en un susurro casi imperceptible:
   - Buenos días, princesa – me giro sobresaltada, mientras un grito sale de mi garganta, ¿y a quién veo? A Nora, dándome los buenos días como sólo ella sabe.
   - Uff, menos mal que eres tú – digo en un suspiro – si no fuese porque hace menos de una hora que me he despertado, podrías haberte llevado una gran torta en esa preciosa carita que Dios te ha dado. 

Nuestra amistad era algo peculiar. Ella era la primera persona que conocí cuando me mudé aquí desde Hastings, en la costa sur de Inglaterra. Renunciar a la playa había sido difícil, pero esa chica rubia había conseguido que poco a poco empezara a ver el encanto de los bosques gallegos. Después de cuatro años de amistad, ya no había ningún secreto entre nosotras. Teníamos nuestras diferencias, a mi me gustaba más la música indie, y ella prefería la alternativa; a mi me encantaba Edgar Allan Poe, pero ella prefería a Washington Irving. Dicen que los opuestos se atraen, desde luego que ella y yo éramos el ejemplo perfecto. Nora ríe mientras caminamos por el pasillo, rumbo a la puerta trasera. Como era de esperar, hoy Don Jose María no contaría con nuestra presencia en aritmética, como ya era tradición todos los jueves. Cuando salimos al nublado día, sugiero una visita al bosque que hay tras nuestro instituto, no es gran cosa, pero hay un claro perfecto para estudiar antes de un examen o simplemente descansar de la clase de latín. Mientras nos adentrábamos en el bosque, no paraba de mirar hacia atrás, tenía la sensación de que algo o alguien caminaba detrás nuestro, aunque Luna se empeñaba en acabar con el silencio relatándome su última pelea con su irritante hermano pequeño. Ya en el claro, tiramos los abrigos al suelo y los colocamos a modo de almohada mientras nos tumbamos. Decido contarle los sueños que había tenido en las últimas semanas, y Nora no puede contener la risa. Esperaba algo más de comprensión por su parte, porque ya eran demasiados días y aquel chico siempre volvía. Que eran imaginaciones mías, y que debería dejar de leer esas novelas pastelosas sobre vampiros adolescentes en institutos, su argumento era el que sigue “No es por nada, pero a mí que un paliducho de mirada inquietante me chupe la sangre, no me atrae nada. Estos americanos no saben ya ni que inventar”. Sí, esa era mi mejor amiga, la reina del escepticismo, algo nada común por estas tierras, y más con su familia, que creía mucho en las leyendas gallegas, y en la existencia de criaturas misteriosas en los bosques. Pero en el fondo llevaba razón, esta noche cambiaré de libro, igual debería preguntarle a Nora cuál me recomienda. Al rato, entre cotilleo y cotilleo, travesuras de infancia y demás, oímos ruidos en el bosque, y esta vez ella también los percibe, nos incorporamos apresuradamente, y ahí esta, entre el verdor de los árboles un perro sale. Conforme se asoma al claro, nos damos cuenta de que ese animal lo único que tiene en común con un perro es el canis lupus, porque eso era un lobo, con sus dientes y sus garras. Nos miramos aterradas, esta podría ser nuestra última visita al claro. Conforme se acerca, Nora me da la mano, si hicierámos un poco más de fuerza, nos quedaríamos sin ella. Pero en cuestión de segundos, por el margen izquierdo del claro una sombra negra cruza el claro a toda velocidad, y el lobo sale corriendo, despavorido, como alma que lleva el diablo. Irónico, cuando ese bicho parecía ser el mismo diablo, o al menos en ese momento lo era para nosotras. No nos hace falta preguntar a la otra, conforme el lobo huye nos levantamos corriendo, recogemos nuestras cosas y nos marchamos corriendo del claro y del bosque, deseando y rezando a todo el santoral que por favor no vuelva. Una vez fuera del bosque, nos prometemos que a partir de ahora, todos los miércoles a primera estaremos puntualmente en la clase de aritmética.

   - Aria, ¿qué diablos era eso? - me pregunta abriendo los ojos.
   - No tengo ni idea – dijo perpleja – quizás una moira o algo, pero sea lo que sea, le debemos la vida.
   - Eso ni lo dudes – se acerca más a mí, y dice casi en un susurro – ni una palabra de esto a nadie, sólo nos faltaba que llegase un parte a nuestra casa. Ya sabes como es mi madre, y mi abuela ni te cuento, no te gustaría tener a dos amas de casa gallegas hablándote de los espíritus del bosque. Le darían a tus sueños otro aire, sin duda.
Nos despedimos mientras que ella pone rumbo a su clase de música y yo me voy a literatura, la mejor clase del día. A lo largo de la mañana no paro de pensar en el claro, el espíritu. Fuera lo que fuera, cuando pasó por el claro y se llevó al lobo, no sólo se llevó a la bestia, dejo el aire impregnado de tranquilidad, serenidad, como si nada hubiera pasado. Cuando suena el timbre de la última hora, Nora y yo decidimos llamar a su madre para que nos recoja, no por la fuerte lluvia, que también, pero sobre todo para evitar ataques sorpresa, y de paso hacer un trabajo atrasado de Historia Contemporánea. Durante el trayecto tanto Nora como yo permanecemos calladas, ante la sorpresa de su madre, acostumbrada a no escuchar ni un atisbo de silencio cuando Nora y yo estábamos juntas.
Ya en casa, la madre de Nora nos prepara una taza de té y nos sirve un  trozo de su riquísimo bizcocho de chocolate. Siempre decía que la receta se iría a la tumba con ella, pero tanto Nora como yo deseábamos hacernos con esa receta. A lo largo de la tarde, ni ella ni yo mencionamos el incidente del bosque, nos centramos en el trabajo, acompañadas por el sonido de la lluvia. Sin darnos cuenta, la noche se nos echa encima. Y yo decido que es hora de ir a casa. Nora insiste en que espere a que su madre llegue de la tienda, pero un paseo no me vendría nada mal, para despejar la mente. De cualquier modo, ella no se muestra convencido y hasta que le prometo no acercarme al bosque no me deja marchar.
Cuando llovía, las calles de Monfero, generalmente mal iluminadas, adquirían un tono aún más tétrico. Pronto dejo de lado el antiguo  monasterio, y llego al laberinto de calles. Caminando por esta oscura calle, con la única luz de alguna que otra farola dispersa, con ese olor a lluvia que queda tras varias horas diluviando, una luna llena que se vislumbra entre las nubes, y unos pasos lejanos que cada vez se acercan más, empiezo a preocuparme. Me giro disimuladamente para ver si alguien se acerca, no me equivoco. Es alto, pelo corto, pero no puedo ver nada más por la escasa iluminación. Empiezo a aligerar el paso. Vuelvo la esquina más cercana, y pego mi espalda a la pared. Tomo aire y lo suelto apresuradamente. Asomo la cabeza un poco por la esquina...sigue caminando, está pasando justo por debajo de una farola, ahora puedo verle mejor. Lleva unas vaqueros ajustados, y una chaqueta de cuero, la piel blanca. Veo algo familiar en él, pero el miedo puede con mis deseos internos. Vuelvo a mi sitio, tomo aire y sigo caminando. Este laberinto de calles no termina nunca, y el tipo misterioso sigue detrás mío. Tras varios minutos llego a casa, pero no encuentro las malditas llaves, no podría ser en otro momento, no, tiene que ser justamente hoy, hoy que me he levantado paranoica, hoy que me persigue un chico misterioso. Tras unos segundos de búsqueda desesperada las encuentro, sólo necesito encajarlas en la cerradura, otro dilema. Giro la cabeza, cada vez está más cerca, está a escasos metros de mí. Por fin consigo abrir la puerta, entro apresurada, y me giro para cerrar pero algo se interpone entre el marco de la puerta y la propia puerta, la empujo con todas mis fuerzas mientras pienso en que no hay nadie en casa, estoy sola, mis padres habían salido de viaje e iban a estar varios días fuera, genial, no puedo ser más oportuna. Tras un forcejeo con el chico de la puerta, mis fuerzas me fallaron y caí hacia atrás empujada por la puerta. Fui arrastrándome por el suelo de espaldas mientras aquella figura que me había perseguido cerraba la puerta tras de sí y se acercaba a mí. Se iba acercando a mí, yo cada vez tenía más miedo, notaba como gotas de sudor frío corrían por mi frente, estaba empezando a temblar, aquella figura se estaba acercando a mí, cada vez más. Ahora su cara estaba a pocos centímetros de la mía, podía ver sus facciones perfiladas, perfectas, y unos ojos color carmesí muy brillantes, y dijo “Por fin te encuentro, Aria, llevo semanas buscándote ...”. Mi mente se encuentra en un frenesí. Era él. Él chico de mis sueños, de mis pesadillas, ese que me visitaba cada noche.
   - ¿Quién...eres? - digo con la voz entrecortada - ¿Y...cómo es que conoces mi nombre?
   - Vaya, vaya... - dice con aire de superioridad – yo esperaba un “gracias por salvarme la vida” pero quizás era demasiado.
    En sus labios se dibuja una sonrisa de medio lado.
   - ¿Eras tú? ¿Tú has espantado al lobo? - digo sorprendida.
    Él asiente con la cabeza. Pero entonces me paro pensar. Un momento, éste es el chico que he estado viendo. El chico en el que me despertaba pensando, y ahora aquí está, delante de mí. Mis sentidos se quedan embotados.
   - Sé que esto sonará raro, pero ¿nos conocemos?
   - No sé, dímelo tú. Me llamó Xes, ¿mi nombre te dice algo? – dice en un tono misterioso.
   - Desde hace unas semanas tú, o tu gemelo, aparecéis en mis sueños.
  - Quizás allá una razón para ello. - hace una breve pausa – Hace unos meses recibí una carta, la firmaba una mujer, Xiomara, en la car...
    Lo interrumpo.
   - Un momento, ¿has dicho Xiomara? ¿Cuánto hace que recibiste esa carta?
   - Unos ocho meses, ¿por qué?
   - Mi madre se llamaba así, y hace siete meses que nos dejó. ¿Qué decía la carta?
   - En la carta, esta mujer, bueno, tu madre. Me hablaba de una antigua relación, que había tenido hace años. Antes de conocer a tu padre, y me explicaba que yo era fruto de ella. Me pedía perdón, porque había esperado demasiado para contármelo. Por aquella época, ella había recibido una beca para estudiar en el extranjero, y su padre la convenció para darme en adopción. Pero ella nunca se olvidó de mí, nunca. He recibido regalos y cartas, anónimos, desde que era pequeño. Pero hace ocho meses, por mi vigésimo cumpleaños, la carta llegó firmada. Me decía que estaba enferma, y no quería irse sin confesarme la verdad. Que si ella me había dado en adopción no fue por deseo propio, la obligaron. Pero lo importante de la carta era que me revelaba que yo no estaba sólo en el mundo, tenía una hermana. Me habló de Monfero, y cuando me enteré de su muerte, decidí reencontrarme con mis raíces, y aquí estoy. - Hace una pausa, y me mira – sé que esto es mucha información, pero debes creerme, tengo las cartas. Tú misma puedes verlas.
   - Yo...no puedo creerlo – digo entrecortada, me cuesta pronunciar las palabras.
   - Llevó buscándote mucho tiempo, llegué a Monfero hace unas semanas, sin más pistas que el pueblo, y su nombre. Pronto averigüé que ella vivía aquí. Y ahora, tras muchos años sólo en el mundo, al fin te encuentro.
 
No podía creerlo, en verdad, sus ojos eran los de mi madre, iguales que los míos. Tenía un hermano. Y todas estas semanas, los sueños... alguien me estaba mandando las señales, sólo que yo no sabía leerlas. Tuve miedo, ante lo que debería ser felicidad. De repente se abre la puerta de entrada. El jefe, Byron, entra, perplejo al verme acompañada de un chico.
   - Aria, ¿qué está pasando aquí?

2º Premio Concurso Literario 

jueves, 10 de julio de 2014

Presente

Muchas veces me pregunto por el destino, por el futuro. 
El destino, por qué estamos aquí, cómo llegamos aquí. Uno de los grandes interrogantes de la humanidad. Esa misma humanidad es la que nos incita: la crisis habrá acabado para 2015, para 2030 no sé qué... Y tú entonces te preguntas ¿qué será de mí para entonces? ¿Habré acabado la carrera? ¿Tendré trabajo? ¿Marido? ¿Hijos? ¿Gatos? 
Ante esta oleada de preguntas, yo opto por sentarme y esperar. No es que yo crea en el destino, soy más de las que creen que las cosas pasan por una razón. Y esa razón somos nosotros, nosotros creamos nuestro futuro, pero no somos conscientes de ello cuando lo hacemos. Día a día, con nuestras decisiones, nuestros aciertos, nuestros errores, nuestras caídas...  
No sabemos qué será de nosotros dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años, pero preguntarnos ahora por ello sería, cuanto menos, ridículo. El futuro es el futuro, y llegará cuando tenga que llegar. Siéntate, disfruta el momento, pregúntate por el presente, por TU presente. Nunca te niegues nada que te pida el corazón, pues te arrepentirás de todo aquello que hayas callado, dejado de hacer. Vive de manera que cuando llegues al final del camino, vuelvas la vista y digas: repetiría todo lo vivido, no me arrepiento de nada.