jueves, 14 de enero de 2016

Manifiesto por la independencia



En la vida es muy importante el momento en que suceden las cosas. Una situación puede cambiarlo todo. Un libro no se convierte en tu favorito por la historia, sino porque la historia que narra te sirvió en el momento en que la leíste. Es decir, la situación que rodeó el tiempo en que lo leíste se veía reflejada en el libro, o quizás el libro te dio la clave para afrontarla. 

Dicen que los médicos tienen siempre a un paciente que es EL paciente. Un paciente que te hace cambiar tu concepción de la medicina, tu forma de afrontar un caso, tu forma de conducirte en el quirófano. En fin, el que te marca. En los sentimientos ocurre lo mismo, tarde o temprano nos encontramos con una persona que se convierte en LA persona. Unas veces para bien, unas veces para mal. Unas veces es un siglo, otras veces es un cometa. 

Supongo que para formarse una opinión acerca de un tema hay que conocerlo. Conocerlo a fondo. Si no se ha ahondado lo suficiente en un tema no puede emitirse un juicio de valor al respecto. 

Situación. Conocer. Persona. Pilares básicos para el establecimiento de un vínculo. Componentes esenciales, si uno, sólo uno falla, el vínculo está condenado al fracaso, no importa cuán fuerte se luche por la causa. Por muchas batallas que se libren nunca se está preparado para la derrota, pero eso es otro menester. 

Situación: momento de la vida en el que te sientes cansado de lo que te rodea. Buscas algo que te llene, perenne, no caricias huecas y caducas.

Persona: ser, preferiblemente humano, que aparece en tu vida de manera casual

Conocer: hablar lo suficiente para tocar los temas básicos pero sin caer en grandes profundidades

A priori, aquella fría mañana de noviembre, cumplía los requisitos: mi vida era un caos aburrido, monótono. En el trabajo habían contratado a un nuevo becario. Y no estaba ni más ni menos que bajo mi supervisión. 

Así que: sota, caballo y rey. La receta estaba completa. Hablábamos durante horas, para haber terminado la carrera hacía poco tenía mucho mundo. Como para no tenerlo, era su segunda carrera, después de dos años sabáticos viajando y descubriéndose a sí mismo. Los pocos meses que  pasó en la empresa se convirtieron en un pequeño trabajo de investigación. Con él pude conocer una relación desde dentro: sentí la increíble sensación de sentirse acompañado, me sabía con suerte de poder decir que contaba con alguien más allá de familia y amigos; descubrí que ir al cine acompañado es otro mundo; sentí el placer de cocinar para alguien con la incertidumbre de si le agradará; viví los agobios; viví las inseguridades; viví los miedos; viví los problemas. 

Un buen día hice balance, de lo que había ganado y lo que había perdido en ese tiempo. Desde que me independicé y descubrí la verdadera libertad: entrar y salir de casa cuando quería, no dar explicaciones, comer cuando quisiera y lo que quisiera, decidir cuándo limpiar, libertad  de movimientos en definitiva. El día que hice balance fue el día que me di cuenta de que había perdido libertad. Bueno, no la había perdido como tal, ahora mi libertad dependía de alguien más, estaba supeditada a su libertad. Era nuestra libertad. Puede sonar egoísta, seguramente lo es, pero echaba de menos mi libertad. Sentía que me faltaba el aire. Agonizaba por momentos encerrada en una espiral que se me escapaba de las manos y yo no podía frenarlo. Era como cuando en el colegio te hacían escalar la cuerda en el gimnasio. Empiezas con fuerza, ascendiendo decididamente, pero llega un momento en que tus manos empiezan a ceder con cada nueva brazada, sientes como la cuerda se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para evitar caer sobre la colchoneta sudada del suelo. Necesitaba recuperar el control de mi vida. Es paradójico, nos pasamos la vida queriendo escapar de la casa familiar para después lanzarnos a la primera relación que nos pasa por delante.  

Cada uno lleva consigo su propio bagaje emocional. Pero a veces ese bagaje se puede hacer más llevadero. Contigo aprendí esto, que la carga compartida es menos carga. Que si hace falta llorar, las lágrimas sobre un hombro amigo liberan más. Que si se trata de risas, compartidas sientan mejor. Que si hace falta gritar, mejor loco y acompañado que cuerdo y solo.

Ahora, con la distancia, puedo decir que no soy capaz de depender de nadie. Que no soy capaz de perderme en un laberinto. Que no soy capaz de salir de una calle abierta. Que no soy capaz de pensar más allá de mí misma. 

Y con la distancia digo que sí, que necesito a alguien. Que no soy capaz de estar sola. Que no soy capaz de quererme. Que necesito que me quieran. Que no soy capaz de caminar sin nadie a mi lado.

En un libro, no hace mucho, leí que sólo hay dos formas de estar solo. Sin nadie cerca o en medio de una multitud. Pero, ¿no te pasa que, a veces, cuando vas por la calle en medio de una multitud que se dirige absorta hacia sus destinos, encuentras la compañía? Después de mucha recapacitación  llegué a una conclusión: no es que no necesite a alguien en mi vida, seamos honestos, todos queremos a alguien en nuestras vidas. Necesitamos saber que estamos acompañados. Necesitamos saber que contamos para alguien más que para nuestros padres. Necesitamos saber, más bien nos gusta creer, que somos la razón por la que alguien en este preciso momento sonríe. Al igual que necesitamos a alguien que nos haga sonreír con la sola mención de su nombre. Es un hecho, el ser humano es un animal social. Necesitamos relacionarnos, solo somos en sociedad. Pero el hecho es que, no todos pensamos de la misma manera. No todos obramos de la misma manera. No todos sentimos de la misma manera. 

Aquel muchacho se convirtió en una investigación de campo que me llevó a concluir que:

Primero, no necesito a nadie para ser feliz. Me basto yo misma, la felicidad es un sentimiento que nace de uno mismo. 

Segundo,  no necesitar a nadie para ser feliz no significa que quiera estar sola. Valoro la intimidad, esos momentos para una misma, en el que yo soy mi multitud. Pero compartir una taza de té con la persona adecuada puede aislarte del mundo.

Tercero, la vida es un supermercado y vivimos en un continuo fin de mes. El hecho de que hayan ofertas de saldo no significa que tengamos que lanzarnos a por ellos. Piensa en tu bolsillo. Piensa en tu vida. Pregúntate: ¿encaja conmigo? ¿lo necesito? ¿puedo vivir sin ello? Así que, espera, no seas impaciente. Busca tu gourmet ideal, no te tires a la primera oferta. 

Cuarto, tarde o temprano, encontrarás el componente que le falta a tu receta. Esa pieza del puzle mágica que complete tu multitud. 

Quinto, último pero no menos importante, no voy a dejar que nadie me corte las alas. Sí, soy una mariposa, mi paso por este mundo es tan efímero como la fama, unos aleteos y se acaba el ciclo. Pero así sean dos que cien, mil que tres mil, disfrutaré cada uno de ellos.


lunes, 28 de diciembre de 2015

Paré. Respiré. Pensé.

Paré. Respiré. Pensé. 

Pasamos por la vida sin fijarnos en los detalles, en las personas. Puede parecer una falacia, pero es cierto que solo nos damos cuenta de lo que tenemos, o teníamos, cuando ya no lo tenemos. Se añora lo que se tuvo y se desea lo que se sabe que jamás se tendrá. 

Paré. Respiré. Pensé. 

En un momento, sin darme cuenta, pasé de un pequeño mediterráneo a un atlántico grande, en el que cabían todas las posibilidades. La inmensidad. Eso me aterra. El miedo a la añoranza, estoy cansada de perder. Perdemos demasiadas cosas a lo largo de la vida. Perdemos demasiados momentos. Perdemos demasiadas personas. 

Paré. Respiré. Pensé. 

No importa el lugar, sino quien te acompaña. No importa la persona, sino los momentos. Vaya donde vaya, los añoraré. Vaya donde vaya, crearé nuevos. Vaya donde vaya, vendrás conmigo. 

Paré. Respiré. Pensé. 

Los que nos aman nunca nos dejan de verdad. Cuánto he aprendido yo de ti, viejo amigo.

Paré. Respiré. Pensé. 

Voy a comerme el mundo. Entrantes, primero, segundo y postre. Y ten por seguro que me quedaré a los cubatas.  

miércoles, 24 de junio de 2015

Vías de tren

Últimamente estás presente en todas mis noches, cuando hace tanto que estás ausente. No puedo recordar en qué momento exacto pero una noche acudiste a mí en sueños. Después de eso, ausencia, una que se prolongó por meses. Y de repente hace unos días, intentando acabar con el aburrimiento viendo fotos antiguas, ahí estabas. Y así la espiral comenzó de nuevo. Todos los recuerdos volvieron. Recordé, recordé aquello que pensaba que no volvería a ver jamás. Añoré aquellos tiempos, aquellos tiempos en los que compartíamos mañanas, tardes, noches, veranos, inviernos, años. Aquellos tiempos en los que cualquier nimiedad nos hacía felices, cuando la felicidad se reducía a una tarde jugando con el agua.

Es curioso lo rápido que pasa el tiempo y nosotros ni nos damos cuenta. Te fuiste, pero no sin darme una última lección. Aprendí a buscar el lado bueno de las cosas, a tomarme la vida con humor, con ese humor tan característico que tenías. Aprendí que hay que disfrutar cada momento, vivir el día a día, recordarle a las personas que tenemos a nuestro alrededor que estamos ahí. Aprendí a decir te quiero más a menudo, nunca se sabe cuándo será el último. Aprendí que para morir, es necesario haber vivido. Aprendí que la vida no podía ser ese espacio temporal entre nuestro nacimiento y nuestra muerte. Aprendí que la vida te da oportunidades, que no hay que desaprovecharlas. En la vida, andamos como por las vías de un tren, sin rumbo, pero entonces aparece algo, o alguien, que nos muestra el camino. Una vibración, un traqueteo, y sientes como a lo lejos se acerca un tren. Esa es tu oportunidad, cógela, salta, lánzate. Quizás ese sea el último tren. No sé en qué momento pasó mi tren, sólo sé que me subí. Ese tren me llevó a la siguiente estación y ahora espero ansiosa al siguiente, a ver qué me depara. Mientras tanto, disfrutaré del viaje y de todos aquellos que decidan acompañarme.

"La muerte sólo es triste para aquellos que no se han atrevido a vivir"
El mejor lugar del mundo es aquí mismo, Care Santos

sábado, 17 de enero de 2015

#campañaparasalvaruntequiero


Te quiero, estas dos palabras tienen un fuerte significado. Pero a diario las vemos escritas, muchas veces incluso las utilizamos sin venir a caso. Yo abogo por reservarla para casos especiales. Reservarla para aquella persona que realmente ocupa tu corazón.


Resérvala para tu familia, para tu madre, para tu padre, tus hermanos, tus abuelos, tus tíos. 


Resérvala para tus amigos. Pero no amigos cualquiera, eso es trampa. Es para aquellos amigos que siempre están ahí, aquellos que están en las duras y en las maduras, los que no fallan. 

Por favor, no hagamos que un sentimiento tan bonito y profundo pierda su ser en la monotonía. Hoy en día, nos hartamos de ver parejas que apenas han comenzado su andadura en la relación y ya predican su amor a los cuatro vientos: por Facebook, por Twitter, por cualquier red social, y no paran de decirse ‘te quiero’. Yo veo muy bien que prediques tu amor, que des envidia a los solteros del mundo, incluso. Pero si por norma decimos ‘te quiero’ a los dos días de empezar una relación, el día que realmente sintamos algo, ¿qué pensamos decirle a nuestra pareja? 


#campañaparasalvaruntequiero

domingo, 30 de noviembre de 2014

Iluso regreso al jardín de infancia

Me siento. Mi mente está demasiado confusa y saturada tratando de poner en orden mis pensamientos. Demasiadas emociones para tan poco tiempo. En las últimas semanas muchas cosas han cambiado. No sólo en mí, también en mi entorno. Mi madre y mi padre ya no se miran igual. Mi perro no se comporta de la misma manera. Es lo que en lingüística se conoce como pertinentización, la actividad de decidir qué hechos o aspectos son pertinentes y cuáles no. En este caso, cuando crecemos dicho proceso tiene lugar. Maduramos. De repente empezamos a darnos cuenta de que algunas personas abandonan este mundo y ya no regresan jamás. De niños nos decían, en cambio, que nuestro abuelo, por ejemplo, se había tenido que marchar de viaje y que tardaría mucho tiempo en regresar, pero allá dónde estuviera, él nos seguía amando y cuidaba de nosotros. Cuando creces, eso cambia. Ya no hay viajes, sino cajas y recuerdos amargos. La ignorancia de un niño, su inocencia es lo que muchas veces necesitamos los adultos. Necesitamos algo que nos ayude a escapar de la realidad, a evadirnos, algo que nos diga que todavía hay esperanza, que no todo está perdido.

Inocentes nosotros por creer que esto es posible. La verdad es que no podemos volver al jardín de infancia. La infancia es una etapa más de nuestras vidas y, como toda etapa, tiene un principio y un fin. Pero el fin de una etapa marca el inicio de la siguiente. Cada sucesión implica pérdidas y ganancias. Muchas veces pienso que  sólo perdemos cosas buenas y no hacemos más que ganar cosas malas. Pero en esos momentos me acuerdo de ti, de tus ojos y pienso: gracias a Dios que dejé mi infancia atrás, pues sin ello jamás habría podido conocer a la persona que alumbra mis días. Tu ausencia me ciega y ensordece. Cuando no estás a mi lado no veo en el mundo más que vacíos como los que dejan las personas que se han ido de viaje tan lejos que no regresarán jamás.

En los días más oscuros, como éste, en los que todo mi pensamiento se vuelve triste, tu recuerdo me ilumina y me ayuda a seguir adelante. Desde allá dondequiera que te encuentres, sigues animándome. De alguna manera siento como me mandas tus energías, aquellas antaño inagotables. La distancia no hace el olvido, lo hacen las personas, y mientras que uno de nosotros recuerde, nuestra historia seguirá viva. 
Escribiré nuestra historia en el mundo, para asegurarme de que, cuando nuestros cuerpos yazcan criando malvas, el mundo entero nos recuerde. Y así, nuestro amor será eterno, tal y como un día nos prometimos. 

lunes, 3 de noviembre de 2014

De la evolución del amor y su inmortalidad.

Lo nuestro empezó como todas las cosas buenas, sin darnos cuenta de que realmente están pasando, poco a poco, tal y como empieza a brotar el tallo de esos garbanzos que plantábamos entre algodones en el colegio. Crecía día a día, empezamos siendo dos desconocidos que no se soportaban el uno al otro, después te llegué a conocer mejor que a mí misma, y ahora, si te he visto, no me acuerdo. He de confesar que a simple vista, y si una no hubiese prestado atención a lo que se escondía debajo de esa apariencia de prepotencia, quizás me hubiera perdido la que sin duda sería la mayor aventura de mi vida. 
Un día conoces a alguien en el trabajo y descubres que no lo soportas, pero lo que empezó con un sentimiento de odio, al cabo de unos días se torna en interés. Interés por conocer más, conocer al desconocido. Te empiezas a preguntar por su historia, todos cargamos con nuestro propio bagaje, bultos emocionales que cargar a nuestras espaldas. Y tú te preguntas que es lo que hace a esa persona parecer siempre preocupada, con la cabeza en otro lugar, sientes curiosidad por saber lo que se esconde tras esa prepotencia. Un encuentro casual en la fotocopiadora. El escenario perfecto para iniciar la investigación, de manual de guión americano. Ahí estás tú, dispuesta a saber qué ocurrirá dentro de la cabeza de ese hombre moreno que desde que viste aparecer ha despertado tan dispares sentimientos en tu interior. Por un lado, algo en él te resulta odioso, pero al mismo tiempo, posee una dosis de misterio muy atractiva. Mientras esperas a que acabe, comienzas a hablar sobre el primer tema banal que cruza tu mente. Se sucede un silencio incómodo, brevísimo, que deja paso a una conversación fluida, y por supuesto, a las carcajadas. 
Y así, tras encuentros casuales aquí y allá, sueños húmedos, una cita conseguida tras un acto de valor, noches en las que sólo la luna y las estrellas eran testigos de la lujuria, el amor y la pasión, se sucedieron los desengaños, las peleas, la desilusión. Entre el amor y el odio hay un paso, y nosotros lo cruzamos, más de una vez, y en ambos sentidos. Con el tiempo, descubrimos que en el fondo nos parecíamos, había algo que ambos teníamos muy grande. No hablo del corazón ni de los ojos, ni otras partes de la anatomía, era el orgullo. Nuestros orgullos competían, y esta vez, habían ganado ellos. 
Se acabaron las noches en vela contemplando tu tranquilo descanso, se acabó despertarme y recoger tu ropa del suelo. Se acabaron los desayunos en la cama, ahora el café es más amargo todavía. Adiós a los buenos días a tu lado y las buenas noches pensando en ti, todas ellas son ahora amargas en tu ausencia. Curioso, pasamos de desconocidos a saberlo todo de la otra persona. De no querer vernos a desear pasar las veinticuatro horas del día juntos. De pensar en nosotros mismos a poner delante de nuestras necesidades las de la otra persona. El amor, locura transitoria. Ahora vemos en el otro lo que veíamos al principio, un desconocido. Pero un desconocido al que llegamos a amar desde lo más profundo del corazón. Vemos a un alma que antaño fue gemela, que parecía que había sido puesta en el mundo solamente para que nosotros la halláramos.
Ahora él tiene a otra, y tú, esperas. Esperas a que la vida, el amor, te dé otra oportunidad, pero que esta vez sea más real. Con sus más y sus menos, sus alegrías y sus tristezas, sus risas y lágrimas, pero sin final. El verdadero amor es eterno. Puede que acabe su etapa terrenal, pero si dos personas realmente se amaron, allá, sea lo que sea lo que espera después, su historia continuará.

lunes, 14 de julio de 2014

El camino sigue

Estoy a un paso del final. Abro los ojos. Respiro hondo. Cierro los ojos. Intento dejar la mente en blanco, pero no puedo. Mil cosas se me pasan por la cabeza. La vida son momentos, son instantes, son segundos, y todos ellos se reducen a esto. Antes de que me dé cuenta, todo estará dicho. Mi futuro decidido. Caminar o no caminar, seguir o abandonar, saltar o no saltar. Arriesgarme, saltar al vacío, sin saber que me espera en el fondo. Puede que no haya nada, solamente oscuridad, oscuridad antes del fin máximo. Pero también puede ser que en el fondo encuentre algo más grande que todo lo vivido hasta el momento, algo tan grande que haga que todo lo vivido, malo y bueno, absolutamente todo, valga la pena. 
Entonces abro los ojos.
Da igual si gano o pierdo, si sigo o abandono, si salto o no salto. El futuro es el futuro, hay que descubrirlo paso a paso, error a error, caída tras caída, pero después de cada caída hay que levantarse. Algún día, dentro de muchos años, o quizás no tantos, haré balance, y me daré cuenta de que lo importante es el camino recorrido, el porvenir ya se verá, pero yo prefiero disfrutar de las rosas del camino a permitir que las espinas me arruinen el viaje. Disfrutar de cada momento, instante y segundo, porque al fin y al cabo, tanto los errores como los aciertos, me han hecho ser como soy.