En la vida es muy importante el momento en que suceden las cosas.
Una situación puede cambiarlo todo. Un libro no se convierte en tu favorito por
la historia, sino porque la historia que narra te sirvió en el momento en que
la leíste. Es decir, la situación que rodeó el tiempo en que lo leíste se veía
reflejada en el libro, o quizás el libro te dio la clave para afrontarla.
Dicen que los médicos tienen siempre a un paciente que es EL
paciente. Un paciente que te hace cambiar tu concepción de la medicina, tu
forma de afrontar un caso, tu forma de conducirte en el quirófano. En fin, el
que te marca. En los sentimientos ocurre lo mismo, tarde o temprano nos
encontramos con una persona que se convierte en LA persona. Unas veces para
bien, unas veces para mal. Unas veces es un siglo, otras veces es un cometa.
Supongo que para formarse una opinión acerca de un tema hay que
conocerlo. Conocerlo a fondo. Si no se ha ahondado lo suficiente en un tema no
puede emitirse un juicio de valor al respecto.
Situación. Conocer. Persona. Pilares básicos para el
establecimiento de un vínculo. Componentes esenciales, si uno, sólo uno falla,
el vínculo está condenado al fracaso, no importa cuán fuerte se luche por la
causa. Por muchas batallas que se libren nunca se está preparado para la
derrota, pero eso es otro menester.
Situación: momento de la vida en el que te sientes cansado de lo
que te rodea. Buscas algo que te llene, perenne, no caricias huecas y caducas.
Persona: ser, preferiblemente humano, que aparece en tu vida de manera
casual
Conocer: hablar lo suficiente para tocar los temas básicos pero sin
caer en grandes profundidades
A priori, aquella fría mañana de noviembre, cumplía los requisitos:
mi vida era un caos aburrido, monótono. En el trabajo habían contratado a un
nuevo becario. Y no estaba ni más ni menos que bajo mi supervisión.
Así que: sota, caballo y rey. La receta estaba completa. Hablábamos
durante horas, para haber terminado la carrera hacía poco tenía mucho mundo.
Como para no tenerlo, era su segunda carrera, después de dos años sabáticos
viajando y descubriéndose a sí mismo. Los pocos meses que pasó en la empresa se convirtieron en un
pequeño trabajo de investigación. Con él pude conocer una relación desde
dentro: sentí la increíble sensación de sentirse acompañado, me sabía con
suerte de poder decir que contaba con alguien más allá de familia y amigos;
descubrí que ir al cine acompañado es otro mundo; sentí el placer de cocinar
para alguien con la incertidumbre de si le agradará; viví los agobios; viví las
inseguridades; viví los miedos; viví los problemas.
Un buen día hice balance, de lo que había ganado y lo que había
perdido en ese tiempo. Desde que me independicé y descubrí la verdadera
libertad: entrar y salir de casa cuando quería, no dar explicaciones, comer
cuando quisiera y lo que quisiera, decidir cuándo limpiar, libertad de movimientos en definitiva. El día que hice
balance fue el día que me di cuenta de que había perdido libertad. Bueno, no la
había perdido como tal, ahora mi libertad dependía de alguien más, estaba supeditada
a su libertad. Era nuestra libertad. Puede sonar egoísta, seguramente lo es,
pero echaba de menos mi libertad. Sentía que me faltaba el aire. Agonizaba por
momentos encerrada en una espiral que se me escapaba de las manos y yo no podía
frenarlo. Era como cuando en el colegio te hacían escalar la cuerda en el
gimnasio. Empiezas con fuerza, ascendiendo decididamente, pero llega un momento
en que tus manos empiezan a ceder con cada nueva brazada, sientes como la
cuerda se te escapa de las manos y no puedes hacer nada para evitar caer sobre
la colchoneta sudada del suelo. Necesitaba recuperar el control de mi vida. Es
paradójico, nos pasamos la vida queriendo escapar de la casa familiar para
después lanzarnos a la primera relación que nos pasa por delante.
Cada uno lleva consigo su propio bagaje emocional. Pero a veces ese
bagaje se puede hacer más llevadero. Contigo aprendí esto, que la carga
compartida es menos carga. Que si hace falta llorar, las lágrimas sobre un hombro amigo liberan más. Que si se trata de risas, compartidas sientan mejor. Que si
hace falta gritar, mejor loco y acompañado que cuerdo y solo.
Ahora, con la distancia, puedo decir que no soy capaz de depender
de nadie. Que no soy capaz de perderme en un laberinto. Que no soy capaz de
salir de una calle abierta. Que no soy capaz de pensar más allá de mí misma.
Y con la distancia digo que sí, que necesito a alguien. Que no soy
capaz de estar sola. Que no soy capaz de quererme. Que necesito que me quieran.
Que no soy capaz de caminar sin nadie a mi lado.
En un libro, no hace mucho, leí que sólo hay dos formas de estar
solo. Sin nadie cerca o en medio de una multitud. Pero, ¿no te pasa que, a
veces, cuando vas por la calle en medio de una multitud que se dirige absorta
hacia sus destinos, encuentras la compañía? Después de mucha
recapacitación llegué a una conclusión:
no es que no necesite a alguien en mi vida, seamos honestos, todos queremos a
alguien en nuestras vidas. Necesitamos saber que estamos acompañados.
Necesitamos saber que contamos para alguien más que para nuestros padres.
Necesitamos saber, más bien nos gusta creer, que somos la razón por la que
alguien en este preciso momento sonríe. Al igual que necesitamos a alguien que
nos haga sonreír con la sola mención de su nombre. Es un hecho, el ser humano
es un animal social. Necesitamos relacionarnos, solo somos en sociedad. Pero el
hecho es que, no todos pensamos de la misma manera. No todos obramos de la
misma manera. No todos sentimos de la misma manera.
Aquel muchacho se convirtió en una investigación de campo que me
llevó a concluir que:
Primero, no necesito a nadie para ser feliz. Me basto yo misma, la
felicidad es un sentimiento que nace de uno mismo.
Segundo, no necesitar a
nadie para ser feliz no significa que quiera estar sola. Valoro la intimidad,
esos momentos para una misma, en el que yo soy mi multitud. Pero compartir una
taza de té con la persona adecuada puede aislarte del mundo.
Tercero, la vida es un supermercado y vivimos en un continuo fin de
mes. El hecho de que hayan ofertas de saldo no significa que tengamos que
lanzarnos a por ellos. Piensa en tu bolsillo. Piensa en tu vida. Pregúntate:
¿encaja conmigo? ¿lo necesito? ¿puedo vivir sin ello? Así que, espera, no seas
impaciente. Busca tu gourmet ideal, no te tires a la primera oferta.
Cuarto, tarde o temprano, encontrarás el componente que le falta a
tu receta. Esa pieza del puzle mágica que complete tu multitud.
Quinto, último pero no menos importante, no voy a dejar que nadie
me corte las alas. Sí, soy una mariposa, mi paso por este mundo es tan efímero
como la fama, unos aleteos y se acaba el ciclo. Pero así sean dos que cien, mil
que tres mil, disfrutaré cada uno de ellos.